Hay momentos en la vida de una persona que son especiales, momentos en los que sentimos que hemos mejorado, que nos hemos enfrentado a un problema y lo hemos solucionado con sagacidad, ingenio, decisión. Momentos que, al recordarlos, hacen que sonriamos con orgullo.Ayer viví una situación diametralemente inversa. Hice el ridículo más espantoso. Pero...¿Quien podía pensar que ir a comprar un mueble al Ikea yo solo, sin coche ni nada, y llevarlo a casa pudiera dar tantos problemas?Increíble, tengo el cuerpo destrozado.ACTUALIZADOA ver, voy a profundizar algo más en el tema porque la verdad... es que había momentos en los que me sentía como dentro de uno de esos cortos de cine mudo de un hombre con una escalera sobre el hombro que va provocando el caos. Así, en un nuevo ataque de inconsciencia, me lanzo a las garras de Txopsuey que, sin duda hará presa donde más duele. Y, Arma... Lo del frigorífico -que sí, sigue siendo el que tengo- fue un paseo comparado con esto.
La verdad es que el mueble tampoco es muy grande, o eso me parecía a mi, es
este. Que como podéis ver mide 150x50 que, más las baldas y separadores, todo ello de aglomerado prensado... pues que cada uno calcule el peso. Yo, después de lo que pasé, le calculo unos... trescientos o cuatrocientos kilos.
En mi defensa: Había quedado con mi amigo Rober para ir a por el mueble, pero a él le surgió una cosa y no pudo ir. Esto, unido a que yo tenía la tarde libre -cosa no muy habitual- me hizo decidirme. Una voz en mi interior me decía
"¡Pero cómo vas a llevar eso a casa sin coche!"; Pero otra muy graciosa decía
"Bah, ya apañaremos algo" -Cosas de ser Géminis, supongo. O imbécil.
Llego a Ikea, localizo el paquete en el almacén e intento arrastrarlo al carrito.
"¡Ostias! Esto pesa un huevo. Pero... Ya estoy aquí, no me voy a rendir ahora" Voy a la caja a pagar y luego me escabullo con un carrito que, al tener una rueda rota, se giraba permanentemente a la derecha y yo tenía que estar empujando a la izquierda continuamente. Doy mil vueltas para comunicar el Ikea con el metro a través de rampas para minusválidos (Subir un bordillo con eso era imposible) y ya por entonces la gente me miraba en plan
"¿Dónde tiene este el coche aparcado?" Me da igual, yo sigo. Llego al metro, es el momento de dejar el carrito (El euro que lleva dentro ha cumplido su función) Intento cargar la caja y...
"Amigo, esto es una trampa mortal!" Ya hasta la segunda voz dice
"Uy, uy, uy..." Los brazos casi no me abarcan, de modo que tengo que reposar todo el peso sobre los dedos. ¿Ponerla sobre los hombros? Imposible levantarlo hasta esa altura. ¡A tirar!
Recorro los metros que llevan hasta el metro y luego, una vez allí, arrastro la caja por el suelo liso. Al atravesar los tornos hay que hacerlo deprisa antes de que estos se cierren, yo ni levanto la cabeza. El tren se marcha según llego, me siento en un banco y a esperar sentado con un paquete de metro setenta a mi lado. Entro en el tren con cara de normalidad.
"La, larialaria... Yo hago esto todos los días" Cuando llego a la salida tengo la brillante idea de subir antes que la caja a la escalera automática, con lo que yo empiezo a subir y la caja, chistosa, se queda en la base de la escalera. Tengo que dar un tirón de coloso para subirla antes de que los dos nos caigamos de morros. Dios, lo recuerdo y...
Llego arriba, me pongo de rodillas bajo la caja, intento ponerla sobre mis hombros a lo Jesucristo y... ¡arriba! (Y una mierrrda) Eso no hay quien lo levante así a pulso. Al final tengo que volver a intentar abarcarlo con mis brazos y... a tirar. Mi segunda voz:
"La verdad es que esta vez... nos hemos pasado un poco" Subo unas escaleras para atravesar por una plaza, me rompo. Dejo la caja sobre un alto y, desde esa nueva postura ventajosa, intento de nuevo cargarla sobre mis hombros. ¡Conseguido!
"Así sí. Así sí. ¡Aunque me disloque el cuello!" Avanzo con la caja lo más rápido que puedo. Increíblemente paso de estar genial a estar completamente destrozado en unos diez metros. Intento cambiar de hombro sin bajarla, el esfuerzo es increíble, la caja se balancea, las cintas de papel celo amenazan con abrirse y dejarlo caer todo. Aún así consigo ponerla sobre el hombro izquierdo, mi único éxito consiste en sonreír al sentir el espectáculo que estoy montando y al escuchar a la segunda voz decir:
"¿Y si lo dejamos aquí? ¡Que le den! ¡Es imposible!" Pero ahora es la primera voz, la de la razón, la que dice:
"No, ahora sí que hay que llegar hasta casa como sea. Aunque tardes cuatro horas" Pero en lo que tarda ese pensamiento ya tengo que dejar la caja, imposible cargar con ella a la espalda.
Luego se suceden unos veinte minutos en los que paso de llevarla sobre los hombros a llevarla en los brazos. Luego dejo de llevarla en los brazos para cargar los 70 kg sobre mi pie y dar pequeños pasos, luego ya sólo puedo dejarla sobre el suelo y levantar un lado de la caja y luego otro, de modo que los dos caminábamos pesadamente hacia el portal, agotados, sucios,
léeentamente. La gente... La gente que me miraba ya no me importaba. ¡Sólo quiero llegar!
Y llegué, llegué a mi portal sin ascensor y... ¡sin luz! La luz del bajo y del primero están rotas y es una escalera interior, de modo que las subí en completa oscuridad -y cuando digo completa es "Completa"- No baja ni sube nadie más. No sé si alegrarme.
Llego a casa, por fin... la dejo sobre una pared. Bebo agua como para un regimiento y me siento en una silla, estoy sudando tanto que no me quiero ni tumbar en la cama. Agotado. Los brazos me tiembla, los dedos se han quedado con la forma de agarrar la caja y ya no puedo ni estirarlos. Miro al bulto con odio y escucho a mi segunda voz que, divertida dice:
"¿Veis como tenía razón? ¡Se podía!"