Sólo sé que sigo sin saber nada

jueves, enero 21, 2010

Resurrection

No he ido a muchos conciertos porque un concierto es un evento del que no se puede salir así como así. De modo que, si voy a tener que estar en un sitio varias horas, más vale que el grupo que va a tocar me guste mucho. Por eso yo no soy de los que dice “Uy, he estado en tantos conciertos que ni los recuerdo!” Yo sí los recuerdo, los siete, y todos me han encantado.

Cada uno es especial por algún motivo. Y hablar del motivo por el que fue especial el concierto de Brian May me parece ridículo para un fan declarado de Queen. Fue en la sala Macumba de Chamartín. Y hubo gritos, aplausos y lágrimas. Muchas lágrimas. También he visto a Brian tocando junto a Roger Tailor las canciones de Queen cantadas por Paul Rodgers y, aunque fue genial… evidentemente no era lo mismo que verlas cantadas por Freddie. Eso me lo perdí para siempre.

El 2 de junio de 1998 acudí junto con mi amigo Oscar a un programa musical de TVE, nos colamos en los pasillos y, como fans entregados que éramos, conseguimos que Brian nos firmara un disco (En mi caso en Made In Heaven) y nos diera la mano. Fue algo brutal, se hizo unas fotos con nosotros, luego le estreché la mano y sólo pude decir “Brian… Thank you for all!” Él me sonrió y siguió su camino.

Hace poco, en el coche, puse uno de sus discos. Es verdad que Brian, si no me falla la memoria, sólo ha sacado tres discos en solitario desde la muerte de Freddie. Ha sacado otras cosas pero tienen que ver con su andadura con Queen o el musical de Queen. Y yo creo que es un tipo que, al margen de haber compuesto muchos de los temas más importantes del Siglo XX. Debería estar más reconocido. Debería tocar en sitios más grandes que la sala Macumba. Debería ser considerado como uno de los pocos rockeros que quedan y debería seguir componiendo hasta el final. Uno de los grandes que, sin duda, debería resucitar.

¿Y tú qué deberías hacer? Deberías poner esta canción todo lo alto que te permitan los altavoces.

lunes, enero 11, 2010

Imbécil y mentiroso

Pues sí, amigos. Una vez más… he aquí un completo relato de mis miserias.

Sin querer entrar en demasiados detalles, sólo quiero comentaros que voy a tener el privilegio de convertirme en motivo de habladurías para muchos de vosotros que os referiréis a mi con “Un amigo mío alquiló el piso a unos tíos y estos dejaron de pagarle desde el primer mes. No le cogen el teléfono y no están en casa cuando él va a exigirles el dinero” Ese es un universo en el que no me apetecía nada entrar. Pero la vida te obliga a hacer apuestas y algunas se pierden. Esta me va a salir cara en todos los sentidos.

Dejaré la narración de los hecho aquí porque es un tema que –especialmente estando en el paro y con un bebé de camino- me deprime y me pone de más mala leche de la que puedo compaginar con una escritura coherente. Basta con decir que es un cabreo tan grande que me hace alegrarme (una vez más) de que dios no me haya bendecido con poderes Jedi porque ahora mismo, sin duda alguna, sería consumido a una velocidad pasmosa al lado oscuro de la fuerza.

Aunque quizá sí tengo algún poder mental y es que, en contra de la creencia popular, en esta situación he descubierto que esa frase de “Puedes mentir a todo el mundo, pero no puedes mentirte a ti mismo” es una falacia. Claro que puedo mentirme a mi mismo. Es más… ¡Debo!

Son muchas las ocasiones en las que me he mentido a mi mismo hasta la médula. La primera mentira que recuerdo que me conté fue “En cuanto acabe Barrio Sésamo me pongo a hacer los deberes”. Desde entonces ha sido un no parar de engañarme. “Quizá algún día sufra un tremendo accidente de coche y mi vida, o la de otras personas, dependa de mis reflejos. Por lo tanto… no entrenar mis reflejos jugando una hora más a este videojuego sería algo extremadamente irresponsable”; “Yo jamás tomaría la virtud de esta fermosa muchacha sabiendo –como sé- que después de esta noche no quiero volver a verla pero… ¿y si algún día tengo que escribir sobre un personaje que sea un sátrapa? Tendré que ver como es ese mundo” Mentiras, mentiras, mentiras. Y, de algún modo, funcionan. Todo el mundo miente y los guionistas… ¡Más! No tanto como los actores, eso es verdad. Pero somos asombrosamente desleales con nosotros mismos.

Hoy me hierve la sangre porque esos desgraciados se han metido en la casa que tanto esfuerzo me costó convertir en un hogar. La han mancillado y amenazan con una destrucción que tire años de esfuerzo por tierra. Entonces, cuando esto tan cabreado que no me lo creo, limpio mi mente un instante y combato la impotencia con una mentira improvisada. De pronto esa casa era propiedad de mi abuelo, el conde. Unos primos lejanos se han instalado en la mansión convencidos de que les pertenece por derecho pero, hoy mismo, el testamento demuestra ante la ley que la casa me pertenece a mi. Mi primo, despechado, se niega a marcharse del castillo, pero ya sabe que la ley está en su contra.

Imaginado de ese modo me calmo un poco, encuentro un consuelo inesperado y pienso “¡Ja! Ahora, que ha quedado claro que la propiedad me pertenece, mi primo tendrá que volver a su antiguo castillo. Allí no podrá eludir por más tiempo el beso de la peste, pues sé bien que esa es la enfermedad que ha convertido sus campos en un lugar maldito”

La situación es igual de jodida y, sin embargo, la victoria inventada sobre la lucha por la propiedad, o el imaginar que ambos somos personas nobles incluso en nuestra maldad (ja!) rebaja, mucho más que la promesa de venganza, la insondable tristeza que provoca el ver que hay personas que son, literalmente, parásitos.

De verdad: hay que mentirse.
¡Necesitamos mentiras! Mentiras como “Esto no me volverá a pasar”; “No volveré a confiar en nadie”; “El año que viene estudiaré más” o incluso: “No me volveré a enamorar nunca jamás de los jamases”. Sólo mintiéndonos un poco podemos vivir eludiendo una realidad que, a la hora de la verdad, es tan dañina como ficticia.

jueves, enero 07, 2010

Blogueando poco

Sí, sé que llevo mucho tiempo sin escribir. Que sepáis que cada día me acuerdo, e imagino a este pequeño blog marchitándose como una planta falta de agua. Me resisto a dejarlo pero, por otro lado… Le estoy cogiendo manía a los blogs, así en general. Lo confieso y, lo que es peor, confieso mi manía a los blogs en mi blog. He dado vueltas a mi inesperada desidia y deduzco que el problema está en que, de un tiempo a esta parte, leo demasiados blogs masivos. Antes sólo leía los blogs de los amigos y ahora leo los de los amigos, los de los desconocidos e incluso los de algunos desconocidos a los que casi tengo por enemigos. Es agotador. Empiezo a asociar la palabra blog a cierto estrés.

Me voy a descontaminar y ya, con la calma de tiempos pasados, voy a ver si sigo con esta correspondencia intrascendente que mantenemos desde hace tanto tiempo. Eso suena mejor.