Es imperdonable para mi haber dejado pasar la oportunidad de escribir este Post antes. Más concretamente hace dos días: el 4 de Septiembre, fecha en la que Freddie Mercury habría cumplido 60 años. Cuando Carlos me ha mandado el SMS para decirme “Eh, ¿Porqué no hablas de eso en el Blog? Me he sentido estúpido. ¡¿Cómo es posible?! Gracias, Carlos!!
Y es que ahora sale un nuevo disco recopilatorio con DVD, canciones medio inéditas... ¡no quiero hablar de eso! Si me apuras ni siquiera quiero hablar de Freddie, quiero hablar de mi, de lo que es Freddie para mi y que, de alguna manera, sí, es también hablar un poco de él.
Era 23 de Noviembre de 1991. Canal Plus estaba en pruebas y por la mañana, a eso de las 8 A.M sólo emitían esa especie de “Caja de Ajuste” sobre la cual sonaban los 40 principales. Yo lo escuchaba en mi casa de Fuenlabrada mientras me preparaba para ir al instituto. Hay cosas que se nos quedan grabadas y uno no sabe bien porqué, yo tengo buena memoria para las frases y recuerdo con claridad a Juanma Ortega decir ese día con tono apenado “Hace poco nos hemos enterado de que Freddie Mercury está... muy malito. Desde aquí le deseamos lo mejor. ¡Ánimo Freddie!” Me dio pena porque, aunque a mi me gustaba Queen, tampoco era un “super-fan” había cantando el “I Want It All” en mis vacaciones, había visto algunos videos... Pero poco más. Y ¿Qué es eso de “Muy malito”? ¡A saber! Seguí con mi rutina. Antes de su fallecimiento Freddie sólo me puso los pelos de punta cuando escuché “Barcelona” con Montserrat Caballe. Recuerdo a mi padre mirando la tele en aquel entonces y diciendo con ese tono suyo que suena a “¡Qué Cabrón!” aquello de “¡Qué voz tiene!” Yo no tenía ni idea.
El 24 de Noviembre de 1991, un día después, Juanma anunción que Freddie había muerto. Menudo palo. No me podía esperar un desenlace tan rápido ni rotundo: ¡muerto! Sonó entonces “Who Wants To Live Forever” y me quedé en silencio. Casi a oscuras, escuchando aquella canción lenta y entrañable. Luego, aunque apenado, seguí con mi rutina.
El milagro ocurrió esa noche.
Yo no solía ponerme nunca el Walkman para dormir, pero aquel día lo hice. Supongo que con la esperanza de escuchar algo más de Queen, ya que tanto me había gustado la canción de la mañana y que yo sólo conocía como “La de los inmortales”. Mi esperanza se vio recompensada. Estaba en mi habitación, en completa oscuridad, cuando sonó “Bohemian Rhapsody”, una canción que –aunque ahora me parezca imposible- no había escuchado nunca. Aquella noche de Noviembre de 1991 escuché por primera vez, en estéreo, aquella obra maestra: La canción era primero suave, luego enternecedora, luego con un con un cambio de ritmo asombroso te llevaba a otro mundo completamente diferente, a un teatro con máscaras venecianas, personajes rimbombantes y ritmos casi cómicos. ¡Un juicio! Todo era una locura. Alguien pedía que le dejaran marchar, otros se negaban “¿Galileo, Fígaro?” el estéreo iba de un lado para otro con una rapidez endiablada “¡Nunca te dejaremos marchar!” De pronto una voz áspera salida de la nada “Mamma mía, Mamma mia”; No tenía sentido “¡Mamma mia, Let me gooo!” y fue en ese momento cuando lo sentí: LA CERTEZA. Sí, la certeza con mayúsculas. La certeza de que nunca antes una canción me había asombrado hasta ese punto. Nunca me había divertido ni me había hecho sentir tan en sintonía con lo que escuchaba. Era como si esa canción hubiera sido reservada para eso momento en concreto. Era como en las películas, todo ocurrió en un segundo y, cuando las guitarras comenzaron a arrasar con su ritmo frenético yo había cambiado para siempre. Hoy, 15 años después, lo corroboro. Ha habido grupos que me han gustado más en este o en aquel aspecto, es verdad. Pero Queen es... Otra cosa.
Los recuerdos se apelotonan. Empecé a copiarme todas las cintas que podía, con quince años no tenía ni un duro, es más recuerdo ir con mi primo Javi a Leganés –ahora vivo ahí pero entonces no- para comprar el primer “Grandes Éxitos” él también era muy fan y, como estábamos pelados, juntamos dinero para comprarlo a medias. Cuando llegamos a la tienda descubrimos que nos faltaban 20 duros. ¡Palo! Nos marchamos decepcionados hasta la parada de tren, donde vimos abandonado un carro de la compra con 100 pesetas en el candado. ¡Era el destino! Lo llevamos de vuelta al centro comercial –sus buenos 10 minutos arrastrando un carro por la calle- recuperamos el dinero y compramos el “Greates Hits 1” en el que está el Queen que más me gusta. Luego lo escuchamos hasta la extenuación.
Recuerdo que mi amistad con Oscar se forjó entre canciones de Queen, recuerdo que dos días después de conocernos le dejé mi walkman para que lo escuchase, yo hacía el coro del “Bohemian Rhapsody” él lo flipo y, me atrevo a decir sin temor a equivocarme, que la QueenManía que comenzó entonces y que tardó años (Muchos) en diluirse fue uno de los factores principales en lo que fue una de las amistades más asombrosas e intensas que se puedan desear. Oscar fue sin duda mi compañero en este viaje, cantábamos por la calle como borrachos, filosofábamos sobre cómo sería Freddie, sobre el significado de esta o aquella canción...
Otro recuerdo fue el del día 2 de Junio de 1998. Yo ya trabajaba de prácticas y una compañera que trabajaba en TVE me dijo que ese día iba a actuar Brian May en un programa de música. Oscar faltó al instituto y yo a mi trabajo para ir a aquel programa. Nos costó. Pero al final nos encontramos con Brian en el pasillo, nos hicimos unas fotos con él –evidentemente aún tengo las fotos y puedo asegurar que no hay otro documento gráfico en el que se me pueda ver más “En la gloria” que en esas fotos- era la felicidad absoluta. Estaba ahí, con el otro gran pilar de Queen, con la que era –sin duda- la persona viva a la que más ganas tenía de conocer. Estaba con nosotros y sonreía, nos dio la mano. Yo sólo acerté a decir: “Brian... Thank you for all” sintiendo como una gran verdad todas y cada una de las palabras. Gracias, gracias, gracias. Por todas esas tardes asombrosas. Gracias porque un día, mientras Sandra y yo escuchábamos la canción que él compuso “Who Wants To Live Forever”, se la traduje y a ella se le saltaron las lágrimas. “¿Quién quiere vivir para siempre, cuando el amor debe morir?”
También recuerdo a Oscar y a mi, yendo cada dos por tres a un burguer en el que no nos tomábamos nada, sólo íbamos a la máquina de videos, echábamos unas monedas y nos quedábamos a ver el vídeo de “In My Defence”, nuestra ilusión era hacer de aquel video el más visto de la máquina. No lo logramos por falta de pelas, pero... Nos encantaba aquel ritual.
También recuerdo estar en el pueblo, en casa de mis abuelos, escuchando a solas “The Show Must Go On”, la canción que Freddie escribió como despedida una vez que aceptó que su enfermedad era incurable y que el final estaba próximo. Mi inglés no es muy bueno, de manera que en ocasiones no tengo ni idea de lo que estoy cantando, lo que me importa es el sentimiento y si la canción es buena el sentimiento está ahí con letras o sin ellas. Yo estaba en ese marco cuando de pronto comprendí mientras la cantaba una frase que no había entendido hasta entonces “I Can Fly... ¡My Friends!”; “¡Puedo volar, amigos míos!” Freddie me susurraba que no estuviera triste, que ahora que había muerto era mejor aún porque... ¡Podía volar! Aquello fue demasiado. Le volvía a ver como en alguna de esas imágenes del video del Burguer, mirándome, guiñando el ojo y riéndose. La emoción vino con tanta fuerza como la comprensión de lo que gritaba. Aún se me ponen los pelos de punta cuando escucho esa parte de la canción. ¿Qué mejor legado que una canción como esa?
Hay más recuerdos, algunos anecdóticos, como que Juan Sánchez y yo teníamos la coña de que cada vez que yo decía el nombre de Fanny, la chica que me gustaba (Y eso ocurría muchas veces) cortábamos lo que fuera para cantar la frase: “Love Of My Liiiife” Otro recuerdo es el día que salí de mi casa a las tantas con un cuter y corté de la estación de tren de Fuenlabrada un cartel inmenso en el que se anunciaba el disco de “Made In Heaven” arrastré aquel enorme cartel de una punta de fuenla a la otra, lo limpié bien, despegué todos los demás carteles que estaban añadidos a la parte trasera y pegué aquel poster en mi habitación. Allí estuvo hasta que me marché –era imposible volver a despegarlo sin romperlo- dejarlo allí fue una amputación. De verdad. Luego hay otras cosas... regalos de personas queridas, camisas de Queen, vinilos... pero dos que guardo con un cariño más que especial son el vinilo que Oscar me regaló de su viaje a Londres –él también lo quería pero sólo había uno y me lo regaló a mi, aún me emociona ese gesto- y el cuadro que Sandra y su madre hicieron para mi –y que trágicamente se ha roto en esta mudanza- con el vinilo mencionado y el CD de “Made In Heaven” en el que Brian puso su firma aquel 2 de Junio del 98.
Queen es la banda sonora de mi juventud. Es mi vida. Son mis amigos. Es lo que queda de un tiempo que, en muchos aspectos, querría congelar en el tiempo. Habrá reinas mejores, más guapas, más virtuosas, más novedosas o meritorias. Pero yo no las quiero, yo me quedo con Mercury, May, Taylor y Deacon.
“Gracias por todo” también a ti, Freddie.
Gracias también por este post y por hacerme recordar cosas que, desde luego, no merecen ser olvidadas.
Una y mil veces.
“We Still Love You”
Al terminar de escribir esto, en este preciso instante, suenan las primeras notas de “The Show Must Go On” algo me dice que no debería escucharlo. Al final soy un sentimental. ¡Pero qué demonios!
¡Va por ti, Freddie!