Piensa en Dios. ¡Pero no pienses demasiado!

Veo en el periódico el enfado de los obispos con los colegios que impartan la asignatura de ciudadanía. No es la primera vez que pasa algo así, cada dos por tres andamos a tortas con los líderes religiosos por cuestiones como el aborto, el uso del condón, la castidad dentro y fuera del matrimonio que tanto promulga Ratzinger, el matrimonio gay, la asignatura de religión en los colegios públicos, la casilla de los impuestos que envía fondos a la iglesia…



Tanto jaleo son sólo los últimos estertores. Sólo nos quedan dos papas, tres a lo sumo, capaces de esgrimir un poder de convocatoria considerable. De verdad de la buena. Y es que la iglesia –por fortuna- se acaba. Y no será la única religión en caer.

Porque la cultura ha venido a darnos el regalo del criterio. Y ese criterio nos permite recoger las cosas buenas que tiene la religión (valores éticos) y desdeñar como una broma de mal gusto a aquellos que se atribuye el poder de decir qué está bien y qué está mal a ojos de Dios. Dan ganas de preguntar “¿De verdad sabes lo que quiere Dios? Porque dios ha querido cosas muy diferentes dependiendo de quien estaba en el poder”

No se me quita un pensamiento de la cabeza y es que cuando leí “Las Sandalias Del Pescador” se explica con detalle el ritual que se lleva para “coronar” a un nuevo Papa. En ese proceso hay un momento concreto en el que la divinidad de Cristo entra dentro del nuevo papa para imbuirle de la divinidad que le convierte en “representante de Dios en la tierra” No puedo dejar de sentir pena cuando imagino a un hombre que ha dedicado su vida a la iglesia, alguien que ha logrado llegar lo más cerca que se puede llegar en vida a su dios, que espera ilusionado ese momento de trascendencia divina y comprueba –de puertas para adentro- que no hay nada.
Nada.

Y es que los seguidores religiosos esperan y confían en el poder de los dioses creados por nosotros. Pero aquellos que están en lo más alto de su religión, aquellos nuevos faraones, son los que comprenden en su desencanto –quizá demasiado tarde- que no ha habido ninguna cultura humana que no haya inventado su religión, y que esta necesidad de atribuirle la divinidad y la verdad a una figura personificada es algo tan humano como ficticio. ¡Pero a ver cómo va a decir eso en voz alta!