Evidentemente

Estoy malo y hoy no voy a ir a trabajar. Así que doblo la ropa y, mientras, pienso en algunos misterios.

Pienso en cuando voy en metro y miro a la gente, sus caras no me dicen nada. Me son indiferentes. Por más que mi fijo en las escaleras automáticas, en los vagones, en los largos pasillos... nada. Sólo cascarones. Luego pienso en gente a la que conozco y con la que me gustaría estar, podríamos estar hablando, dando un paseo, jugando a algo o sencillamente sentados sin hacer nada. Ellos sí son gente interesante. Todos tienen historias que contar, puntos de opinión particulares, bromas recurrentes que me hacen reír, defectos que les hacen humanos, en una palabra: singularidades. No como esta gente anónima que, como yo, sólo se mece con el vaivén del vagón.

Pero claro. Los amigos de los que hablo también van en metro, y también se convierten en “gente” a ojos de los demás. Entonces otros anónimos les miran sin saber lo que se pierden, como en ese momento no sé lo que me pierdo yo. Y entonces tengo la certeza de que, de llegar a conocerles bien -si pudiera conocer las historias y particularidades de todos- seguro que encontraría en ese mismo vagón abarrotado un buen número de personas con las que también me gustaría pasar una tarde de “no hacer nada”.

Y entonces te sientes un poco menos rodeado de extraños.

La rosa y el zorro del principito al fin y al cabo.

Todo esto -seguro que ya lo has pensado- es de un obvio que mata. Pero... ¿qué quieres? de vez en cuando hay obviedades que está bien recordar.

Y es que es sorprendente lo que cambia un rostro cuando sabes lo que hay detrás.