Por un pelo
Debería escribir más. No por nadie, ni siquiera por vosotros. Debería escribir por mí mismo. Por este nuevo tipo de diario (mensual) que me gusta llevar, y porque en ocasiones se me ocurren cosas interesantes que me hacen pensar “mira, eso es algo importante, algo que merece la pena compartir y discutir con el resto del mundo” Pero esas grandes ideas nunca llegan hasta aquí. La mayoría las olvido. Las otras… no, pero paso.
Al final lo que queda son trivialidades, como la de sentirme Dios al ver un pelo enquistado. Y es que todos los pelos, en el brazo la barba o la pierna, están perfectamente alineados, erguidos y conviviendo en paz. Pero, de cuando en cuando, aparece un rebelde que dice “Basta de crecer para arriba. ¡Crezcamos hacia abajo!” Yo acerco mis gigantescos dedos y le selecciono de entre sus hermanos, los pelos son entonces un pueblo, gentecilla cuyo afecto al rebelde es medido por su proximidad. No puede esconderse. Soy consciente de cada una de las infinitas arrugas que hay en las yemas de mis dedos. Me hago con él y tiro hasta arrancarlo. A veces duele más, a veces duele menos, pero siempre mola. No sé qué extraño mecanismo hace que todas las cosas que abandonan nuestro cuerpo nos proporcionen un cierto placer. Ese pelo único es de pronto insignificante, un diminuto hilillo de pus. Algo me hace sentir respeto por ese loco que quiso ir contracorriente. Pero luego lo soplo y me he olvidado de él antes de que toque tierra.
Sirva este post como homenaje.
La pregunta es… ¿Soy el único al que le pasa? La imagen es tan clara que me extrañaría.
Al final lo que queda son trivialidades, como la de sentirme Dios al ver un pelo enquistado. Y es que todos los pelos, en el brazo la barba o la pierna, están perfectamente alineados, erguidos y conviviendo en paz. Pero, de cuando en cuando, aparece un rebelde que dice “Basta de crecer para arriba. ¡Crezcamos hacia abajo!” Yo acerco mis gigantescos dedos y le selecciono de entre sus hermanos, los pelos son entonces un pueblo, gentecilla cuyo afecto al rebelde es medido por su proximidad. No puede esconderse. Soy consciente de cada una de las infinitas arrugas que hay en las yemas de mis dedos. Me hago con él y tiro hasta arrancarlo. A veces duele más, a veces duele menos, pero siempre mola. No sé qué extraño mecanismo hace que todas las cosas que abandonan nuestro cuerpo nos proporcionen un cierto placer. Ese pelo único es de pronto insignificante, un diminuto hilillo de pus. Algo me hace sentir respeto por ese loco que quiso ir contracorriente. Pero luego lo soplo y me he olvidado de él antes de que toque tierra.
Sirva este post como homenaje.
La pregunta es… ¿Soy el único al que le pasa? La imagen es tan clara que me extrañaría.
2 Comments:
Nunca me he arrancado un pelo de la barba que creciera hacia dentro.
eso sí, yo me exploto granos.
By pableton, at 10:48 a. m.
A mí me crecen frecuentemente pelos problemáticos que generalmente acaban convirtiéndose en algo similar a un grano. Pero en lugar de sentirme un dios (que probablemente sólo te pase a ti), maldigo mi suerte, aunque siempre consciente de que siempre puede ser mucho peor.
By Armabot, at 4:51 p. m.
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